Según la historia oficial, un enigmático individuo
iba caminando por las vías del tren en la zona boscosa de Boisaca, España, al
anochecer del 5 de mayo de 1988, y fue atropellado por la máquina muriendo
instantáneamente.
El jefe de Gabinete Técnico de la Policía Nacional declaró al periodismo que nunca
se había encontrado con un caso así. Las investigaciones realizadas para
descubrir la identidad de este misterioso personaje fueron infructuosas.
Ocurrió que en los boscosos parajes de San Lázaro, a unos seis kilómetros de
Santiago, al tomar la curva cercana al Puente de Paredes, la máquina se topó de
improviso con un sujeto que caminaba por la vía de espaldas a la dirección de
dónde venía el tren.
Después del atropello, el conductor pudo detener la máquina a unos cien metros
del lugar del accidente y, sin dudarlo, se encaminó rápidamente hacia la cola
del vagón dispuesto a auxiliar al siniestrado. La esperanza de encontrarle,
aunque sólo fuera con un hilo de vida, se desvaneció definitivamente al contemplar
la escena que surgía ante sus ojos.
En la vía se encontraban los miembros inferiores,
separados del tronco, con algunos jirones de ropa. Y junto a ella, el resto del
cuerpo presentaba múltiples amputaciones y deformidades como consecuencia del
violento choque. El maquinista no pudo reprimir un escalofrío al contemplar el
rostro casi irreconocible del muchacho, cuyas facciones aún estaban contraídas
en lo que parecía ser la expresión final de un grito de dolor.
El chofer Aira Martínez acumuló el valor necesario para, junto a su ayudante
Carlos Castro, apartar el cuerpo de la vía férrea y cubrirlo con una vieja
manta. Después, telefoneó a Luis Vázquez Graña, jefe de la estación de
Santiago, para que informara a la
Policía del suceso. Minutos más tarde, las luces de los
coches patrulla iluminaban la zona. Comenzaba la investigación. La inspección
ocular arrojó los siguientes datos: "El fallecido era un varón de
aproximadamente 1,65
metros, raza blanca, complexión normal, pelo negro,
corto y liso, ojos castaños, orejas muy separadas, rotadas hacia delante y sin
circunvoluciones −pliegues del pabellón auditivo externo−". Vestía una
camisa gris azulado, jersey gris con hombreras de sky, pantalón negro y
zapatillas deportivas blancas del número 42, pese a que su medida de pie era un
39. La vestimenta también correspondía a varias tallas más grandes que la suya.
En los bolsillos del pantalón portaba tres billetes de 5.000 pesetas
cuidadosamente doblados, uno de 1.000 y dos monedas de cinco pesetas.
La autoridad judicial se desplazó al lugar del accidente, ordenó el
levantamiento del cadáver y su ingreso en el departamento de Medicina Legal del
Instituto Anatómico Forense de Santiago de Compostela. Todo parecía indicar que
se trataba de un caso de suicidio. Una vez realizadas las diligencias
pertinentes, el expreso Rías Altas continuó su marcha hacia Madrid. Las huellas
dactilares del joven, como dice el informe oficial del cadáver, eran la pieza
clave para conseguir su identificación, ya que carecía de documentos que
acreditaran su identidad.
Las autoridades del caso mandaron las huellas a toda la región gallega y
también a la Central
de la Policía
Científica de Madrid con resultado negativo. El accidentado,
oficialmente no existía y las informaciones aparecidas en los periódicos no
arrojaron ninguna pista. La fotografía del desfigurado rostro del accidentado
fue publicada por medios de comunicación regionales y nacionales. Esta
iniciativa hizo albergar esperanzas sobre la obtención de pistas, pero, una vez
más, el resultado fue nulo.
Su inquietante rostro añadía más incógnitas al controvertido asunto. La cabeza
era muy voluminosa, poseía dentición completa con algunas piezas afiladas y
salientes. Pero el dato que más llamó la atención de los especialistas fueron
las orejas: las tenía absolutamente planas, rotadas hacia delante y sin pliegue
alguno en el pabellón auditivo externo.
Después de que prestigiosos psiquiatras analizaran la imagen del rostro del
cadáver, su opinión fue unánime: los rasgos faciales y los pabellones
auditivos, sin marca alguna, reflejaban primitivismo y oligofrenia propia de
enfermos psíquicos profundos. Esta hipótesis también fue barajada por la Policía Científica,
que durante años investigó la posible desaparición del joven en colegios de acogida
y centros de deficientes mentales de Galicia y en todo el norte portugués, en
colaboración con las Fuerzas de Seguridad Lusas.
En un lugar cercano aparecieron unos extraños círculos
concéntricos formados por pequeñas piedras, presuntamente realizados por el
muchacho aquella tarde. Estaban dibujados con decenas de guijarros y guardaban
una simetría perfecta. Varios psicólogos consultados declararon a la Policía que podría
tratarse de algo semejante a los ejercicios que realizan los deficientes
psíquicos en algunos procesos de aprendizaje. ¿Se trataba de algún mensaje?
La actitud del joven de mantenerse erguido,
aparentemente ajeno a la llegada del tren, que se le venía encima a gran
velocidad, suscitó numerosas conjeturas.
"Es una cosa rarísima, rara, muy rara...",
aseguró Antolín Doval cuando hizo el balance del caso Boisaca. Nunca se habían
topado con un suceso semejante. Este dato lo corroboró el popular criminalista
y ex director de El Caso Juan Ignacio Blanco, para quien "nunca se ha dado
un suceso de aparición repentina y muerte de estas características en la que no
se ha llegado a identificar completamente a la víctima. Es, sin lugar a dudas,
muy extraño, único..."
Las exhaustivas investigaciones que se hicieron
posteriormente descartaron de plano la posibilidad de que el sujeto hubiera
huido de algún centro psiquiátrico o de algún lugar donde mantienen a personas
con deficiencias mentales. Quedó también descartado que pudiera tratarse de
algún mendigo. Sus manos finas, cuidadas y sin callosidades, además del cuerpo
aseado y la ropa de marca, no dejan lugar a dudas sobre esta cuestión.
¿Quizá un sordomudo extraviado en alguna visita a Santiago y accidentalmente
arrollado? En ese caso existiría una denuncia de desaparición y una reclamación
del cuerpo, tras ser publicadas las fotografías del cadáver. Además de éstas,
surgen muchas más incógnitas: ¿Por qué caminaba de espaldas al tren?
¿Desconocía acaso el peligro que entraña un expreso a toda velocidad?
Las hipótesis lógicas faltan en su totalidad y muchas
personas conocedoras del caso, se han planteado otras que pudieran parecer más
fantásticas. La posibilidad de que un muchacho en estado semisalvaje fuera
arrollado por el tren pasó también por un riguroso análisis. La ropa, varias
tallas mayor, podría ser robada, como el dinero.
Sin embargo, un atraco no se corresponde, según los psicólogos consultados, con
los parámetros de comportamiento de un ser irracional. La ropa y el dinero
tampoco figuran en la denuncia que el afectado debiera haber cursado, con más
motivo aún dada la divulgación que se dio al asunto y la constante petición de
ayuda por parte de la
Policía.